Studio Ghibli: Haciendo la diferencia desde la animación
El cine como una herramienta de lucha, reivindicación y claro, educación
Es de conocimiento popular que en el siglo XX había un machismo imperante y que un país -por muy "desarrollado" que fuera- podía aún tener ciertas prácticas que mancilla antes toda buena conducta o actitud. Japón no se escaparía de eso, pero siempre hay una luz que puede iluminar un espacio en su totalidad, hablamos de Studio Ghibli como habrán notado, un estudio que apostó por el empoderamiento femenino, la reivindicación de su estatus, una fuerza cuyo fulgor nos educó por décadas sobre tantas cosas, entre ellas incluso el medioambiente.
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Si bien podrán decir "ah, ¿Y las actuales películas de "X estudio?" A modo de comparación con otros, pues la verdad es que el motivo por el que Ghibli es tan importante es el siguiente: No se hacía forzado, marcó un precedente, tenía -y tiene- una naturalidad intachable al hacerlo, por lo que eso se reflejaba en sus personajes, Chihiro por su cuenta tomó la fuerza que debía para enfrentar la pérdida de sus padres y buscar sobrevivir en un lugar desconocido, San (la princesa Mononoke) no dependía de ningún hombre para levantar su guerra e incluso, su antítesis, la mismísima Lady Eboshi sería una gobernante cuyo orgullo no le permitirá tenerle miedo ni a la muerte, ni a ningún ser espiritual que se interponga en su camino.
Esto es solo un ejemplo, pues otras películas te dan toda una gama de personajes. En Porco Rosso por ejemplo tenemos a Fio Piccolo, una jovencita que si bien no era la protagonista es capaz de tomar las riendas de la trama y su vida, pues siendo incluso una menor de edad puede decidir por sobre lo que quiere hacer y no rendir cuentas al respecto, capaz de desafiar piratas y hacerle frente al hombre cerdo, quién además era parte de un taller que prácticamente tenía a mujeres haciendo el "trabajo pesado" y así destacando una vez más, que no necesitan a nadie, un total ejemplo.
En Haru en el reino de los gatos tenemos a una suerte de Alicia en el país de las maravillas oriental, una protagonista, también de 17 años que se ve enrolada en un mundo felino, donde pueden hablar y hacer mucho más, y su Rey gato incluso se da la libertad de cometer atrocidades como la afrenta de dictatorialmente "premiar" a Haru con un matrimonio arreglado, ¿se dan cuenta de lo terrible que suena eso? ¿de lo atroz? Claramente Ghibli si lo sabía y mostraba así una actitud que debía ser sin duda erradicada, Haru si bien tiene la ayuda del Baron Humbert von Gikkingen, fue capaz perfectamente de oponerse a lo que no estaba bien, de no quedarse callada y levantarse ante la adversidad de una situación nefasta, pues nunca se rindió y eso Ghibli nos lo enseña con una clase magistral.
En Ponyo en el acantilado también tenemos una trama que nos enseña sobre las decisiones, nos muestra una pareja que tuvo una separación y la serenidad que se debe mantener ante ello, pues cosas muy importantes como el amor que debe triunfar siempre -más aún si se trata del propio- y que no importa la edad, uno debe ser capaz de decidir qué es lo que quiere, aunque se trate de una rebanada de jamón o del lugar donde quieres vivir.
Sin duda podría seguir dando ejemplos, por que Ghibli todo lo puede, pues no hay que olvidar que tampoco se trata de perfección, pues sus personajes también son humanos, tienen emociones marcadas, pueden equivocarse y aprender de ello, Arriety podría ser el mejor ejemplo quizás, pues sus acciones le cuestan bastante caro y considerando aquello tampoco lo deja, no permite que pase en vano, hace algo al respecto y se levanta con aún más fuerza.
Hoy se trata un poco de eso, de aprender del pasado y no permitir que se repitan actos terribles, la memoria está hecha para eso, para recordar, y por sobre todo, aprender de las experiencias. Cambiar siempre es posible con un poco de educación, ¿no les parece? Hoy y siempre recuerde respetar y si le parece que está cayendo en algún tipo de error, la invitación a ver una película de Studio Ghibli está más que hecha, algo te podrá enseñar.
Por Cristóbal Matteucci